miércoles, 6 de abril de 2016

EL ENEMIGO IMAGINARIO


Diosa Kali. Varanasi


2.- EL ENEMIGO IMAGINARIO

En numerosas ocasiones, escuchando a tertulianos y leyendo artículos de pedagogos progresistas e innovadores me he sentido tal y como se debieron sentir quienes presenciaron en vivo las primeras discusiones sobre estas cuestiones durante la última parte del S. XIX y las primeras décadas del XX.
Y eso porque las referencias polémicas elegidas suelen tener más que ver con los usos pedagógicos decimonónicos que con nada que se haga hoy en día en los centros de enseñanza.

Se repite siempre, como tópico asentado en el imaginario colectivo, que oponerse a la llamada “nueva educación” es, simplemente, suscribir que los alumnos han de aprenderse la lista de los reyes godos y repetirla de carrerilla ante un profesor malencarado y antipático, o estar de acuerdo con ese dicho popular tan repetido que afirma que “la letra con sangre entra”.
Diré que tras casi treinta años de docencia, no he conocido todavía a nadie que defienda esas cosas. Es más, ni siquiera como alumno me vi jamás obligado a aprender la dichosa lista ni sufrí nunca castigos físicos. Y pasé varios años de franquismo en las aulas de un centro no precisamente abierto ni contestatario.

Dos veces presencié bofetones en el aula. En ambos casos asociados a cuestiones disciplinarias, no por cuestiones de mejor o peor aprendizaje de la lección. Esto, afortunadamente, está hoy desterrado radicalmente de las aulas, lo que demuestra que en ocasiones los cambios son buenos.
Cuando se elige como contendiente en el debate a la escuela al estilo de la de D. Pantuflo Zapatilla, catedrático de Numismática y Filatelia, se está polemizando con un rival imaginario y al asociar las críticas a la autodenominada “nueva educación” con ese modelo se está utilizando uno de los mecanismos más simplones y más eficaces de la sofistería demagógica. Con semejante identificación se exime a quien escucha de la necesidad de reflexionar, ya que se le planta delante una caricatura tan burda que es automático el rechazo que produce; un rechazo, además, con el que se siente uno muy bien.

En el programa de Cintora titulado “Malditos Deberes” en el canal de televisión llamado 4 se desarrolló esta zafia estrategia en toda regla. El propio título deja poco lugar a la sospecha de que el periodista quisiera ser informador neutral y tratar al espectador con el respeto que merece, esto es, dándole los datos necesarios para que obtenga una conclusión propia sobre el tema. Siguiendo las normas de lo que podríamos llamar “nuevo periodismo”, decidió dar prioridad a su opinión antes que a la información y situó al único participante del programa crítico con la pedagogía mediática y molona –Alberto Royo, autor de Contra la Nueva Educación- en un aula antigua, como de principios de siglo, decidido a provocar en el espectador la identificación de quien hablaba con ese enemigo imaginario.
Tal vez el “nuevo periodismo” sea al periodismo lo que la “nueva educación” es a la educación.


En cualquier caso, quien lea el libro mencionado, o cualquiera de los de Moreno Castillo, Luri, o tantos otros críticos con la situación de nuestra enseñanza no encontrará al monstruo imaginado, sino una apuesta por centrar las instituciones de enseñanza en aquello para lo que fueron concebidas y que es, precisamente, lo que nos están arrebatando: el conocimiento.

lunes, 4 de abril de 2016

ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DEL DEBATE EDUCATIVO







1.- LA NUEVA EDUCACIÓN: TÓTEMS Y TABÚES

La aparición en los últimos meses de dos libros que cuestionan el modelo educativo actual y, sobre todo, sus bases ideológicas sustentadas por lo que podríamos llamar la “pedagogía áulica”, siempre a rebufo del poder y fiel servidora de la voz de sus amos, ha encendido una cierta polémica tan necesaria como reveladora.
Los libros Contra la Nueva Educación, de Alberto Royo, en la editorial Plataforma y La Conjura de los Ignorantes, de Ricardo Moreno Castillo, en Pasos Perdidos, claman contra viento y marea que el rey pedagógico está completamente desnudo de rigor intelectual y desmontan cada uno de esos tópicos que escuchamos una y otra vez en el mundillo educativo, afirmados como si de verdades elementales se tratara.
Un mundillo, por cierto, sobre el que todo el mundo opina, ya que, al igual que ocurre con el fútbol, cada uno se siente experto apoyado en su particular experiencia. Y de expertos educativos está el patio repleto. Lo malo es que el debate ha ido pareciéndose más y más al fútbol también en el hooliganismo de algunos de los participantes en la discusión. Leyendo comentarios sobre estos autores en la red (y digo sobre los autores, ya que han abundado más las descalificaciones personales y los etiquetados rápidos que una confrontación de argumentos) más que en un debate educativo se tiene la sensación de estar en ese terreno tan sorprendente, tan surrealista que se llama en los chocantes tribunales del siglo XXI “ofensa a los sentimientos religiosos”.
Constatar ese giro hacia la visceralidad de un debate que debiera ser modelo de rigor argumentativo –y, sin ánimo de ofender, también ortográfico-, dado que se trata de enseñanza y educación, es lo que me empuja a poner una personal pica en Flandes y a intentar desarrollar en una serie de artículos las para mí increíbles paradojas que se siguen de los postulados al uso de la pedagogía vigente.
No es la menor de ellas que muchos de sus seguidores se perciban a sí mismos como auténticos revolucionarios dispuestos a cambiar el sistema; me temo que esto recuerda al Partido Revolucionario Institucional de Méjico, que luce en su nombre toda una oda a lo contradictorio.
¿Alguien dijo que no se puede poner una vela a Dios y otra al Diablo? En cuestiones pedagógicas sí se puede, ¡Vaya que sí!, y sin rubor se puede agitar con una mano una pancarta por un sistema educativo fuera del mercado mientras con la otra se defienden denodadamente las instrucciones de la O.C.D.E., organización económica que ha asumido a nivel internacional el mando sobre cómo deben ser los modelos de enseñanza, qué debe enseñarse, cómo se ha de evaluar o quién debe dar clase.
Ser al mismo tiempo rebelde y seguidor de la pedagogía del poder es una contradicción que solo alcanza explicación cabal si recurrimos al clásico concepto de pose, hoy transformado por la moda en ese popular postureo.
El caso es que se ha expandido por la galaxia de la enseñanza un pensamiento único que otorga la ventaja indiscutible de estar al lado de quienes mandan, pero pudiendo presumir de progresismo o de ser de izquierdas, etiqueta que goza de prestigio en determinados círculos aunque el contenido del paquete no se corresponda necesariamente con lo que pone en el envoltorio.
Si de eso se trata, yo suscribo lo que Pedro Olalla escribe en su Historia Menor de Grecia:Hoy, al igual que siempre, son progresistas quienes luchan contra la injusticia y la ignorancia, y son retrógrados quienes la favorecen por alguna razón”. Y creo que no se puede añadir nada más.

En sucesivas entregas trataré de analizar someramente algunos de los conceptos tótem  y algunos de los conceptos tabú que brillan con luz propia en el debate pedagógico. Lo haré procurando ser honesto y pido disculpas de antemano a quienes se sientan ofendidos en sus sentimientos pedagógicos. No es esa la intención.